Carta del asesor, Padre Osvaldo Montferrand
Este año la celebración de los santos
patronos de nuestro Movimiento fue
adelantada en la II Jornada Mundial de los Abuelos y los Ancianos. Fue muy bien preparada por el Papa Francisco
con sus catequesis semanales y con su mensaje para iluminar la celebración de la Jornada. Tantas ayudas las fuimos recibiendo como
otras tantas bendiciones, ahora nos sentimos ocupando un lugar en la Iglesia,
como los abuelos cuando se sienten que forman parte de la familia: se nos integra en todo, se nos escucha, se nos
aprecia.
Este año nos queda hacer un repaso de toda
esta actividad desarrollada en nuestros grupos y reuniones. Gracias a Dios estamos bastante alujados de
los cuidados que en la pandemia nos tuvieron muy limitados. Ahora podemos ir volviendo a los encuentros
presenciales y por lo tanto a las actividades que marcan nuestra amistad,
espiritualidad y apostolado. En nuestro
balance tenemos que preguntarnos cómo usamos todo el material tan valioso que
nos regaló el Papa Francisco con sus reflexiones.
Con la publicidad que tuvo la Jornada Mundial vimos
que todas las diócesis y las parroquias trataron de responder al pedido del
Papa. Nuestro Movimiento ocupó en
algunas partes un lugar sobresaliente, por algo somos los que venimos
trabajando desde hace muchos años en esta hermosa pastoral de los mayores.
Quiero imaginar que a nosotros este gran
respaldo que hemos recibido nos servirá para hacer lo que está mostrando la
Iglesia, abrir puertas y ventanas para salir a todos y también para que puedan
entrar todos. El Evangelio nos enseña a
ser la levadura que se mezcla para levar toda la masa. Nuestra mirada tiene que estar puesta en el
mandato que recibimos del Señor: “¡Vayan!”
Las reuniones de nuestro grupo son muy valiosas
para motivarnos y para elegir las prioridades de nuestro apostolado, la reunión
nos prepara para la acción. Pero después
es necesario encontrar a todos los mayores de la familia y del barrio. Es en ellos que vemos nuestro prójimo, en
ellos podemos mostrar nuestro amor fraterno, y en los que están solos – que son
muchísimos – lo que podemos hacer por ellos, se lo estamos haciendo a Cristo.
Hay una etapa nueva y diferente después de
la II Jornada Mundial. La Iglesia al fin
entendió que tenía que hacer un lugar para los abuelos y ancianos, ahora nos
toca a nosotros entender nuestra misión de apóstoles en el mundo de los
abuelos, los jubilados y los ancianos. Quedarnos sólo con nuestra reunión sería
egoísta, sería enterrar los talentos recibidos.
La festividad de San Joaquín y Santa Ana nos permita reunirnos en la
Santa Misa para agradecer que la Iglesia
nos ha integrado y para comprometernos a integrar, también nosotros, a todos
los mayores.