Mensaje del Papa Francisco para la II Jornada Mundial de los abuelos y ancianos.
Publicada el martes 10 de mayo de 2022,
para la jornada del 24 de julio de 2022..
Querida hermana, querido hermano: el versículo del salmo 92 “en la vejez
seguirán dando frutos” (v.15) es una buena noticias, un verdadero “evangelio”
que podemos anunciar al mundo con ocasión de la segunda jornada mundial de los
abuelos y de los mayores. Esto va a
contracorriente respecto a lo que el mundo piensa de esta edad de la vida, y también
con respecto a la actitud resignada de algunos de nosotros, ancianos, que siguen adelante con poca esperanza y sin
aguardar ya nada del futuro.
La ancianidad a muchos les da miedo. La consideran una especie de enfermedad con
la que es mejor no entrar en contacto.
Los ancianos no nos conciernen –
piensan – y es mejor que estén lo más lejos posible, quizás juntos entre ellos,
en instalaciones donde los cuiden y que nos eviten tener que hacernos cargo de
sus preocupaciones. Es la “cultura del
descarte”, esa mentalidad que, mientras nos hace sentir diferentes de los más
débiles y ajenos a sus fragilidades, autoriza a imaginar caminos separados
entre “nosotros” y “ellos”. Pero, en realidad, una larga vida – así enseña la
Escritura- es una bendición, y los ancianos no son parias de los que hay que
tomar distancia, sino signos vivientes de la bondad de Dios que concede vida en
abundancia. ¡Bendita la familia que
honra a sus abuelos!
La ancianidad en efecto, no es una estación
fácil de comprender, tampoco para nosotros que ya la estamos viviendo. A pesar de que llega después de un largo
camino, ninguno nos ha preparado para afrontarla, y casi parece que nos tomara
por sorpresa. Las sociedades más
desarrolladas invierten mucho en esta edad de la vida pero no ayudan a
interpretarla; ofrecen planes de asistencia, pero no proyectos de
existencia. Por eso es difícil mirar al
futuro y vislumbrar un horizonte hacia el cual dirigirse. Por una parte, estamos tentados de exorcizar
la vejez, escondiendo las arrugas y fingiendo que somos siempre jóvenes, por
otra, parece que no nos quedaría más que vivir sin ilusión, resignados a no
tener ya “frutos que dar”.
El final de la actividad laboral y los
hijos ya autónomos hacen disminuir los motivos por los que hemos gastado muchas
de nuestras energías. La consciencia de
que las fuerzas declinan o la aparición de una enfermedad pueden poner en
crisis nuestras certezas. El mundo –con los tiempos acelerados, ante los cuales
nos cuesta mantener el paso- parece que nonos deja alternativa y nos lleva a
interiorizar la idea del descarte. Esto es lo que lleva al orante del salmo a
exclamar: “No me rechaces en mi ancianidad, no me abandones cuando me falten
las fuerzas” (71,9)
Pero el mismo salmo –que descubre la
presencia del Señor en las diferentes estaciones de la existencia- nos invita a
seguir esperando. Al llegar la vejez y
las canas, Él seguirá dándonos vida y no dejará que seamos derrotados por el
mal. Confiando en Él encontraremos la
fuerza para alabarlo cada vez más (v.14-20) y descubriremos que envejecer no
implica solamente el deterioro natural del cuerpo o el ineludible pasar del
tiempo, sino el don de una larga vida.
¡Envejecer no es una condena, es una bendición!
Por ello debemos vigilar sobre nosotros
mismos y aprender a llevar una ancianidad activa también desde el punto de
vista espiritual, cultivando nuestra vida interior por medio de la lectura
asidua de la Palabra de Dios, la oración cotidiana, la práctica de los
sacramentos y la participación en la liturgia.
Y junto a la relación con Dios, las relaciones con los demás, sobre todo
con la familia, los hijos, los nietos, a los que podemos ofrecer nuestro afecto
lleno de atenciones; pero también con las personas pobres y afligidas a las que
podemos acercarnos con la ayuda concreta y con la oración. Todo esto nos ayudará a no sentirnos meros
espectadores en el teatro del mundo, a no limitarnos a “balconear”, a mirar por
la ventana. Afinando, en cambio,
nuestros sentidos para reconocer la presencia del Señor, seremos como “verdes
olivos en la casa de Dios” (salmo 52,10), y podremos ser una bendición para
quienes viven a nuestro lado.
La ancianidad no es un tiempo inútil en el
que nos hacemos a un lado, abandonando los remos de la barca, sino que es una
estación para seguir dando frutos. Hay
una nueva misión que nos espera y nos invita a dirigir la mirado hacia el
futuro. “La sensibilidad especial de nosotros los ancianos, de la edad anciana
, por las atenciones, los pensamientos y los afectos que nos hacen más humanos,
debería volver a ser una vocación para muchos.
Y será una elección de amor de los ancianos hacia las nuevas
generaciones”. Es nuestro aporte a la
revolución de la ternura, una revolución espiritual y pacífica a la que los
invito a ustedes, queridos abuelos y personas mayores, a ser protagonistas.
El mundo vive un tiempo de pura prueba,
marcado primero por la tempestad inesperada y furiosa de la pandemia, luego,
por una guerra que afecta la paz y el desarrollo a escala mundial. No es casual que la guerra haya vuelto en
Europa en el momento en que la generación que la vivió en el siglo pasado está
desapareciendo. Y estas grandes crisis
pueden volvernos insensibles al hecho de que hay otras “epidemias” y otras formas
extendidas de violencia que amenazan a la familia humana y a nuestra casa
común.
Frente a todo esto, necesitamos un cambio
profundo, una conversión que desmilitarice los corazones, permitiendo que cada
uno reconozca en el otro a un hermano. Y
nosotros, abuelos y mayores, tenemos una gran responsabilidad: enseñar a las mujeres y a los hombres de
nuestro tiempo a ver a los demás con la misma mirada comprensiva y tierna que
dirigimos a nuestros nietos. Hemos afinado nuestra humanidad haciéndonos cargo
de los demás y hoy podemos ser maestros de una forma de vivir pacífica y atenta
con los más débiles. Nuestra actitud tal vez pueda ser confundida con debilidad
o sumisión, pero serán los mansos, no los agresivos ni los prevaricadores, los
que heredarán la tierra (Mt 5,5).
Uno de los frutos que estamos llamados a
dar es el de proteger en mundo. “Todos hemos pasado por las rodillas de los
abuelos, que nos han llevado en brazos, pero hoy es el tiempo de tener sobre
nuestras rodillas – con la ayuda concreta o al menos con la oración – junto con
los nuestros, a todos aquellos nietos aterrorizados que aún no hemos conocido y
que quizás huyen de la guerra o sufren por su causa. Llevemos en nuestro corazón – como hacía San
José, padre tierno y solícito – a los pequeños de Ucrania, de Afganistán, de
Sudán del Sur.
Muchos de nosotros hemos madurado una sabia
y humilde consciencia, que el mundo tanto necesita. No nos salvamos solos, la
felicidad es un pan que se come juntos.
Testimoniémoslo a aquellos que se engañan pensando encontrar realización
personal y éxito en el enfrentamiento.
Todos, también los más débiles,
pueden hacerlo. Incluso dejar que nos
cuiden – a menudo personas que provienen de otros países – es un modo para
decir que vivir juntos no solo es posible, sino necesario.
Queridas abuelas y queridos abuelos,
queridas ancianas y queridos ancianos, en este mundo nuestro estamos llamados a
ser artífices de la revolución de la ternura. Hagámoslo aprendiendo a utilizar cada
vez más y mejor el instrumento más valioso que tenemos y que es el más apropiado
para nuestra edad: el de la oración. “Convirtámonos también nosotros un poco en
poetas de la oración: cultivemos el gusto de buscar palabras nuestras, volvamos
a apropiarnos de las que nos enseña la Palabra de Dios”. Nuestra invocación confiada puede hacer
mucho, puede acompañar el grito de dolor del que sufre y puede contribuir a
cambiar los corazones. Podemos ser “el
coro” permanente de un gran santuario espiritual, donde la oración de súplica y
el canto de alabanza sostienen a la comunidad que trabaja y lucha en el campo
de la vida”.
Es por eso que la Jornada Mundial de los
Abuelos y los Mayores es una ocasión de decir una vez más, con alegría, que la
Iglesia quiere festejar con aquellos a los que el Señor –como dice la Biblia-
les ha concedido “una edad avanzada”.
¡Celebrémosla juntos! Los invito
a anunciar esta Jornada en sus parroquias y comunidades, a ir a visitar a los
ancianos que están más solos, en sus casas o en las residencias donde
viven. Tratemos que nadie viva este día
en soledad. Tener alguien a quien
esperar puede cambiar el sentido de los días de quien ya no aguarda nada bueno
del futuro, y de un primer encuentro puede nacer una nueva amistad. La visita a los ancianos que están solos es
una obra de misericordia de nuestro tiempo.
Pidamos a la Virgen, Madre de la Ternura,
que nos haga a todos artífices de la revolución de la ternura, para liberar
juntos al mundo de la sombra de la soledad y del demonio de la guerra. Que mi bendición, con la seguridad de mi
cercanía afectuosa, llegue a todos ustedes y a sus seres queridos. Y ustedes, por favor, no se olviden de rezar
por mí.
Francisco
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Agradecemos sus comentarios.