Hemos leído con aprecio en El Espectador de Colombia, la columna que transcribimos de Sandra Vilardy, que concita nuestro interés en orar al Señor por la salud del Papa Francisco y a la vez agradecer por su liderazgo mundial en temas ambientales.
Por Sandra Vilardy, El Espectador, febrero 26, 2025
En medio de estos días tan sorpresivos, se suman las noticias sobre el frágil estado de salud del papa Francisco, una voz sensata que se ha atrevido a hablar de tantas cosas incómodas desde la compasión y el amor en un mundo donde hay tanta hipocresía y engaño. Quiero reconocer y agradecer su liderazgo mundial, especialmente en los temas ambientales. Hace 10 años, en mayo de 2015, publicó su encíclica Laudato si’ sobre el cuidado de la casa común. Con ella, aportó desde la iglesia católica una reflexión profunda y compleja sobre la crisis ambiental, sus raíces, retos y consecuencias, sobre todo en las personas más excluidas.
Laudato si’ inicia con una frase del Cántico de las Criaturas de San Francisco de Asís «Alaba¬do seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba». Este inicio es clave porque resalta dos cosas importantes: la primera, reconocer a la naturaleza como una hermana, una madre, una de nosotros; la segunda, advertir que somos dependientes de la naturaleza, que nos sustenta y nos gobierna.
Una de las causas subyacentes de la crisis ambiental y, en especial, de la pérdida de biodiversidad, es que en el sistema de valores generalizado de Occidente hemos creído a lo largo de la historia que la naturaleza debe estar al servicio de los humanos. Durante siglos se le ha domesticado, dominado y arrasado como si pudiera soportar de manera indefinida tanta violencia que vemos acumulada en los suelos, el agua, el aire y los demás seres vivos, porque se han considerado como algo de menor valor, sin reconocer que dependemos completamente de ella. En esto coincide Laudato si’, pero también lo confirman los últimos reportes mundiales de los expertos de IPBES, que he mencionado en varias ocasiones en esta columna.
Así como Francisco de Asís, Francisco el papa intentó con esta encíclica hablarles a los creyentes católicos sobre la importancia de comprender que cada una de las especies en el planeta es única, útil y es una “hermana” más de la creación, pero también sobre la necesidad de dejarse interpelar por las verdades científicas que alertan sobre la crisis ambiental y la urgencia de alinear los valores cristianos con una nueva ética y desarrollo espiritual para ser más coherentes.
En esta encíclica, el papa no solo les habló a los católicos, también habló a los líderes mundiales y llamó la atención sobre la gran cantidad de esfuerzos para buscar soluciones concretas que fracasan en las cumbres mundiales y son rechazadas por los poderosos. Francisco nos recordó que existen actitudes que aumentan el desinterés de la gente del común y de los líderes que obstruyen los caminos para encontrar soluciones, entre ellas el negacionismo, la indiferencia, la resignación cómoda y la confianza ciega en las tecnologías.
El respaldo político y espiritual que nos ha dado el papa Francisco en estos tiempos a quienes hemos trabajado desde la ecología profunda es inmenso; la huella que ha dejado en la conversación ambiental, también, como en muchos otros aspectos. Ojalá se recupere de sus quebrantos de salud para que siga acompañándonos con su sensatez en estos tiempos tan raros, pero hay tanto que agradecerle a ese papa argentino que se inspiró para ejercer su pontificado en el otro Francisco alegre, observador, que reconocía el valor de la vida y la fragilidad en cada una de las criaturas de la creación.