“Quisiera dirigirme a ti, joven Inuit, futuro de esta tierra y presente de su historia.
Quisiera decirte citando a un gran poeta “Lo que has
heredado de tus padres, gánatelo
para poseerlo” (J.W.Goethe). No basta vivir de rentas, es
necesario volver a ganarse lo
que se ha recibido como don. Por tanto no temas escuchar una
y otra vez los consejos
de los más ancianos, abrazar tu historia para escribir
páginas nuevas, apasionarte,
tomar posición frente a los hechos y a las personas,
arriesgarte. Y para ayudarte a
hacer resplandecer la lámpara de tu existencia, también yo
quisiera darte, como
hermano anciano, tres consejos.
El primero: camina hacia lo alto. Vives en estas vastas
regiones del norte. Que ellas te
recuerden tu vocación a tender hacia lo alto, sin dejarte
tirar abajo por quien quiere
hacerte creer que es mejor pensar solo en ti mismo y usar el
tiempo que tienes
únicamente para tu diversión y tus intereses. Amigo, no
estás hecho para “ir tirando”,
para pasar las jornadas equilibrando deberes y placeres,
estás hecho para volar alto,
hacia los deseos más verdaderos y hermosos que tienes en el
corazón, hacia Dios
para amarlo y hacia el prójimo para servirlo. No pienses que
los grandes sueños de la
vida sean cielos inalcanzables. Estás hecho para levantar el
vuelo, para abrazar la
valentía de la verdad y promover la belleza de la justicia,
para “elevar tu temple moral,
ser compasivo, servir a los demás y construir relaciones”,
para sembrar paz y cuidado
donde te encuentres, para encender el entusiasmo de los que
te rodean, para ir más
allá, no para igualarlo todo.
Pero –me podrían decir- vivir así es más arduo que volar.
Cierto, no es fácil, porque
siempre está acechando esa “fuerza de gravedad espiritual”
que empuja para tirarnos
abajo, para paralizar los deseos, para debilitar la alegría.
Entonces piensa en la
golondrina del ártico que llamamos “charrán”, ésta no deja
que los vientos contrarios o
los cambios de temperatura le impidan ir de un lado al otro
de la tierra, a veces elije
caminos que no son directos, acepta desviaciones, se adapta
a ciertos vientos, pero
siempre mantiene clara la meta, siempre llega a su destino.
Encontrarás gente que
intentará borrar tus sueños, que te dirán que te conformes
con poco, que luches solo
por lo que te conviene. Entonces te preguntarás: ¿Por qué
tengo que esforzarme por
algo en lo que los demás no creen? Y además, ¿cómo puedo
volar en un mundo que
parece que cae cada vez más bajo en medio de escándalos,
engaños, injusticias,
destrucción del ambiente, indiferencia hacia los más
débiles, decepciones por parte de
los que tendrían que dar el ejemplo?. Ante estas preguntas
¿cuál es la respuesta?
Quisiera decirte: tú eres la respuesta. Tú hermano, tú
hermana. No solo porque si te
rindes ya has perdido de antemano, sino porque el futuro
está en tus manos. Está en
tus manos la comunidad que te ha generado, el ambiente en el
que vives, la esperanza
de tus coetáneos, de los que aún sin pedírtelo, esperan de
ti el bien original e
irrepetible que puedes introducir en la historia, porque
“cada uno de nosotros es único”.
El mundo que habitas es la riqueza que has heredado, ámalo,
como te ha amado quien
te ha dado la vida y las alegrías más grandes, como te ama
Dios, que por ti ha creado
todo lo bello que existe y no deja de confiar en ti ni
siquiera por un brevísimo instante.
Él cree en tus talentos. Cada vez que lo busques
comprenderás cómo el camino que
te llama a recorrer tiende siempre hacia lo alto. Lo
advertirás cuando rezando mires el
cielo y sobre todo cuando alces la mirada al Crucificado. C
Entenderás que Jesús
desde la cruz no te señala con el dedo, sino que te abraza y
te anima, porque cree en ti
aun cuando tú mismo has dejado de creer en ti. Entonces no
pierdas nunca la
esperanza, lucha, dalo todo y no te arrepentirás. Sigue
adelante el camino “un paso
tras otro hacia lo mejor”. Instala el navegador de tu
existencia hacia una meta grande,
¡hacia lo alto!
El segundo consejo: ir hacia la luz. En los momentos de
tristeza y desconsuelo, piensa
en el qulliq, que tiene un mensaje para ti. ¿Cuál? Que
existes para ir hacia la luz cada
día. No solo el día de tu nacimiento, cuando no dependió de
ti, sino cada día.
Cotidianamente estás llamado a llevar una luz nueva al
mundo, la de tus ojos, la de tu
sonrisa, la del bien que tú y solo tú puedes aportar. No la
puede aportar otro.
Pero para ir hacia la luz hay que luchar cada día con la
oscuridad. Sí, hay una lucha
cotidiana entre la luz y las tinieblas, que no sucede
afuera, en un lugar cualquiera, sino
dentro de cada uno de nosotros. El camino de la luz requiere
valientes decisiones del
corazón contra la oscuridad de las falsedades, requiere
”desarrollar buenas costumbres
para vivir bien”, que no se sigan a estelas luminosas que
desaparecen fugazmente,
fuegos artificiales que solo dejan humo. Son “espejismos,
parodias de felicidad” como
dijo aquí san Juan Pablo II. Hermano, hermana, Jesús te
acompaña y desea iluminar
tu corazón para guiarte hacia la luz. Él dijo “Yo soy la luz
del mundo”. Pero también
dijo a sus discípulos “Ustedes son la luz del mundo” . Por
tanto, también tú eres luz del
mundo y lo serás cada vez más si luchas para alejar del
corazón la triste oscuridad del
mal.
Para aprender a hacerlo, hay que adquirir un arte continuo,
que requiere superar las
dificultades y las contradicciones por medio de una búsqueda
continua de soluciones.
Es el arte de separar cada día la luz de las tinieblas. Para
crear un mundo bueno, dice
la Biblia, Dios comenzó justamente así, separando la luz de
las tinieblas. También
nosotros si queremos ser mejores, tenemos que aprender a
distinguir la luz de las
tinieblas. ¿Por dónde se empieza? Puedes empezar
preguntándote ¿qué es lo que
me parece luminoso y seductor, pero después me deja dentro
un gran vacío? ¡Estas
son las tinieblas! En cambio ¿qué es lo que me hace bien y
me deja paz en el
corazón, aunque antes me hubiera pedido que saliera de
ciertas comodidades y que
dominara ciertos instintos? ¡Esta es la luz! Y me sigo
preguntando, ¿cuál es la fuerza
que nos permite separar dentro de nosotros la luz de las
tinieblas, que nos hace decir
“no” a las tentaciones del mal y “sí” a las ocasiones de
bien. Es la libertad. Libertad
que no es hacer todo lo que me parece y me gusta, no es
aquello que puedo hacer a
pesar de los otros, sino por los otros, no es un total
arbitrio, sino responsabilidad. La
libertad es el don más grande que nuestro Padre celestial
nos ha dado junto a la vida.
Un poeta preguntándose cuál es la satisfacción más grande
que un hijo pueda dar a su
padre, escribió estas hermosas palabras: “preguntad a un
padre si el mejor momento
no es cuando sus hijos empiezan a amarle como hombres, a él,
como a un hombre,
libremente. Pues bien, yo soy padre, dice Dios y conozco la
co0ndición del hombre.
Todas las sumisiones de esclavos del mundo me repugnan y lo
daría todo por una
hermosa mirada de hombre libre. Por esa libertad, por esa
gratuidad lo he sacrificado
todo, dice Dios. Para crear esa libertad, esa gratuidad,
para hacer actuar esa libertad,
esa gratuidad” (C.Péguy). Esta es la felicidad de Dios, no
cuando estamos sometidos a
él, sino cuando vivimos como hijos que eligen amarlo,
actuando la propia libertad. Si
quieres hacer feliz a Dios, este es el camino, elegir el
bien. Ánimo hermano, ánimo
hermana, toma las riendas de tu libertad, no tengas miedo de
tomar decisiones fuertes.
¡Ve cada día hacia la luz!
Por último, el tercer consejo: hacer equipo. Los jóvenes
hacen grandes cosas juntos,
no solos. Porque ustedes jóvenes son como las estrellas del
cielo, que aquí brillan de
manera espléndida, su belleza nace del conjunto, de las
constelaciones que forman y
que iluminan y orientan las noches del mundo. También
ustedes llamados a las alturas
del cielo y a resplandecer en la tierra, están hechos para
brillar juntos. Es necesario
permitir a los jóvenes que formen grupos, que estén en
movimiento. No pueden pasar
las jornadas aislados, rehenes de un teléfono. Los grandes
glaciares de estas tierras
me hacen pensar en el deporte nacional de Canadá, el hockey
sobre hielo. ¿Cómo es
posible que Canadá conquiste todas las medallas olímpicas?
El hockey conjuga bien
disciplina y creatividad, táctica y físico, pero lo que hace
la diferencia siempre es el
espíritu de equipo, presupuesto indispensable para afrontar
las imprevisibles
circunstancias del juego. Hacer equipo significa creer que
para alcanzar grandes
objetivos no se puede avanzar solos, es necesario moverse
juntos, tener la paciencia
de combinar pases y movimientos para tejer estrategias de
juego. También significa
dejar espacio a los demás, salir rápidamente cuando es el
propio turno y alentar a los
compañeros. ¡Este es el espíritu de equipo!
Amigos, caminen hacia lo alto, vayan cada día hacia la luz,
hagan equipo. Y hagan
todo esto en vuestra cultura, en el hermosísimo lenguaje
inuktitut. Les deseo que
escuchando a los ancianos y recurriendo a la riqueza de
vuestra tradición y de vuestra
libertad, abracen el Evangelio custodiado y transmitido por
sus antepasados, y que
encuentren el rostro inuk de Jesucristo. Los bendigo de
corazón y les digo
qujannamiik! (¡gracias!)”
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